Siendo, en verdad, nuestro vivísimo deseo que el verdadero espíritu cristiano vuelva a florecer en todo y que en todos los fieles se mantenga, lo primero es proveer a la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se juntan precisamente para adquirir ese espíritu en su primer e insustituible manantial, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la pública y solemne oración de la Iglesia.
Oh San Pío X, gloria del sacerdocio, esplendor y decoro del pueblo cristiano; tú, en quien la humildad pareció hermanarse con la grandeza, la austeridad con la mansedumbre, la piedad sencilla con la doctrina profunda; tú, pontífice de la Eucaristía y del catecismo, de la fe íntegra y de la firmeza inquebrantable; vuelve tu mirada hacia la Iglesia santa, a la que tu tanto amaste y a la que ofreciste lo mejor de los tesoros, que con mano pródiga, la divina Bondad depositó en tu alma; obtén para ella la incolumidad y la constancia en medio de las dificultades y persecuciones de nuestro tiempo; socorre a esta pobre humanidad, cuyos dolores tan profundamente te afligieron y que al final detuvieron los latidos de tu gran corazón; haz que en este mundo agitado triunfe aquella paz, que debe de ser armonía entre las naciones, acuerdo fraterno y sincera colaboración entre las clases sociales, amor y caridad entre los hombres, de manera que aquellas ansiedades que de tal modo consumieron tu vida apostólica, se vuelvan, gracias a tu intercesión, una feliz realidad, para gloria de Nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Discurso Questa'ora pronunciado el 29 de mayo de 1954 por el papa Pío XII con ocasión de la canonización de su predecesor.